lunes, 9 de enero de 2012

Marco Aurelio Carballo - Morir de periodismo



Al hablar de Catalina, la mayoría de los consultados ignoraba que el primer amor de ella fue un tipo maduro. No les incumbía saber dónde perdió ella, sino dónde iban a ganar ellos, y a qué hora y por cuánto tiempo. Pasó lo que debió pasar porque no tenía a la mano a otro ente con quien perder el estorbo biológico.

[...]

Las circunstancias habían determinado para Catalina un principio inusual en las escaramuzas del amor. La agarraron pollita, dijo el Patán. Pollitita. Las fiestas en casa de Catalina propiciaron la relación con su primer amante, según un reportero. Los papás se habían retirado a dormir y Catalina siguió brindando con Miqui, íntimo de la familia. El viejo terminó engatusándola con su lenguaje culterano, ebria la jovencita, y la poseyó en el sofá, sudoroso y resollante. De inmediato quiso justificar las causas de su eyaculación precoz: la juventud de ella, su cuerpo hermoso de carnes firmes y su virginidad. El resto de la relación se daría en hoteles. Miqui procuró evitar que se repitiera la primera experiencia desfasada, echando mano de su sapiencia amatoria. Por viejo no por diestro. Así lograría en Catalina orgasmos de hasta seis grados en la escala de Mercalli, llegó a presumir el obeso cincuentón. Una buena lamida de coño, decía Miqui cual si tuviera frente a la narizota un helado de mamey.

[...]

Queríamos de ella, cuando menos yo, dijo el Patán, su traserito y sus tetitas. Catalina era cachonda aparte de guapa. Tenía una forma de parar el culito que Dios nos agarre confesados. David contestó mesándose la negra y abultada cabellera que enmarcaba su tez muy blanca de cejas pobladas, que ahí veía un problema ortopédico. Es decír, se le empinaba el asunto porque tenía una pierna más corta. Me quedé de a seis, dijo el Patán. Bueno, ¿qué opinas de sus pechitos?, le pregunté, una vez vueltos a la normalidad mis signos vitales. Son dus protuberancias con glándulas mamarias y conductos galactóferos, contestó David. Qué bárbaro, que cuais tan frío, murmuró el Patán.



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