De lentes y retinas (II)
Subíamos a los puentes viales a fumar mientras veíamos pasar los coches bajo nuestros pies; la gente que prefiere correr el riesgo de quedar atrapada entre neumáticos a subir y bajar las escaleras. Por eso siempre estábamos solos, ya nadie usa los puentes. Podíamos estar alejados de todo, como simples espectadores del caos, a veintiún escalones de distancia. Inhalar y exhalar una conversación de cenizas y humo, guardar las colillas como un recuerdo póstumo de la cremación, lanzarle piedras imaginarias al horizonte de nubes y montes, mirar el tiempo y quedarnos en silencio. Luego bajaríamos, sin hacer ruido, al mito absurdo de la humanidad.
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