Llegué en Agosto

Sin un orden cronológico exacto, sin tiempo. Pura gramática, ortografía, lingüística. Sin cabello ahora, sin las hebras de antes. Pura sensación de estar desnudo bajo el cielo. Nubes, no son nubes realmente. Es gas venenoso que nos mata poco a poco. Abajo ya no están los ríos que desembocaban al lago Texcoco. Solo arterias, venas: Av. Cava, Col. Ventrículo Derecho, Calle de la Aorta. No desembocan en ningún lado, son otro sistema circulatorio.

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Frio por las mañanas, calor al medio día, lluvia por las tardes y pies helados en la noche. No hay luna en la ventana (¿No hay?), sólo más departamentos. Ventanas que miran a sus hermanas. No se hablan, nadie conoce a nadie. ¿Quién es quién en el edificio de concreto? ¿Es un nuevo Tajín? Alzándonos al cielo en un conjunto de nichos impersonales. Matrices aisladas, escuchas del ruido de fuera.

Se tapa el frio con calor, el silencio con ruido, el dolor con indiferencia. Yo no existo. No me miren a mí. Soy otro, otro que quiere parecerse a todos (¿Soy?). Y es que todos necesitamos nuestro opio, nuestro soma. ¿No necesito yo también la droga que me haga desear estar muerto para no estar vivo? Y es que aunque me pese estoy vivo. Veo, oigo, respiro, siento y me sabe el aire a smog de automóviles, a interminables ejes viales.

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Un caracol atravesado sobre Insurgentes. Bajar la espiral hasta el humo de los cigarros. ¿Fumas? (“…yo sé muy bien que fumar mata, pero si no fumo me muero”). Tomar los autobuses de colores que quieren regresar a su arcoíris. Caminar, caminar, caminar hacia la isla dentro de la isla. Sobre muros la utopía de oses y martillos. Puertas cerradas que gritan rebeldía. Puertas abiertas que ya están calladas. Nos conocemos por nuestros nombres pero no por nuestras mentes. Hoy tenemos un número. Mañana cambiará, seguro.

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