lunes, 21 de febrero de 2011

Héctor Aguilar Camín - La guerra de Galio (fragmento)




En 1971 Santiago Santoyo tenía veintitrés años, ocho menos que su hermano. Había pasado "como un héroe joven" por "el bautizo de la guerra y el sueño de la revolución". El azar de la vida de barrio (o la logica implacable del destino individual) lo había llevado a la frecuentación de un legendario profesor Barrantes, antiguo dirigente magisterial, organizador de los agricultores del valle que circundaba la ciudad, ex militante del Partido Comunista, dueño de la única libreria en la reciente y pragmática ciudad de Mexicalli. La librería era al mismo tiempo sala de ajedrez, café, círculo de estudios y cordón umbilical de la izquierda fronteriza con las novedades del mundo, a saber: las ediciones en lenguas extranjeras de Pekín y Moscú, las carretadas de libros, sueños y autores venidos de La Habana y su Casa de las Américas, las leyendas y manuales de la guerrilla latinoamericana. 

En la proximidad jacobina de Barrantes, adquirió Santiago las primeras duchas del "bizantinismo al uso", una detallada memoria de las "tradiciones históricas del Partido Comunista Mexicano" y la certeza de que "el camino de la revolución no podía ser sino la lucha armada". La sucesión  de represiones de los años cincuenta y sesenta en México había soldado en la izquierda la certidumbre de que las vías pacíficas del cambio estaban cerradas y clausurado el camino de la legalidad. En 1958, el gobierno había disuelto huelgas magisteriales y ferrocarrileras y el líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo había sido encarcelado. En 1960 habían asesinado al líder campesino Rubén Jaramillo y a su familia en Morelos. En 1963 se había registrado en Acapulco una matanza a sangre fría de copreros inconformes y en Chilpancingo otra, en 1964, de concurrentes a un mítin de protesta cívica. En 1965, el ejército había ocupado las ciudades de Morelia y Hermosillo para sofocar movimientos estudiantiles vinculados a demandas ciudadanas: que no aumentaran las tarifas de transporte. En 1965, los dirigentes de una huelga nacional de médicos habían sufrido persecución y cárcel; lo mismo, aunque rutinariamente, habían padecido durante esa época el Partido Comunista Mexicano y otras organizaciones clandestinas: sus oficinas eran allanadas con frecuencia y sus militantes encarcelados por razones preventivas cuando había desfiles patrios o llegaban visitantes ilustres, como Kennedy o De Gaulle. 

En 1967 anularon las elecciones municipales de Mexicalli, porque las ganó el partido de derecha: Acción Nacional. El ejército patrulló las calles, clausuró el local de Barrantes y encarceló por tres días preventivos al propio profesor y a sus cómplices de cenáculo, entre ellos Santiago Santoyo. Delito: difundir "ideas exóticas" y tener en su local "propaganda comunista". Fueron los únicos presos (de izquierda) en los quince días de ocupación militar que padeció la ciudad para ponerla a salvo de un triunfo electoral de la oposición. Ese mismo año de 1967, por gestiones del propio Barrantes, Santiago Santoyo ingresó en la Vocacional 5 del Instituto Politécnico Nacional, en la Ciudad de México, para estudiar ingeniería electrónica. Según el profesor Barrantes, los revolucinoarios debían formarse profesionalmente en areas cercanas a la "producción material", ya que la formación social e histórica se daba por descontada en un hombre de izquierda. En el invierno del 67, Santiago viajó a Cuba con una delegación estudiantil y solicitó entrenamiento guerrillero en alguna parte de África o América Latina. Pero la muerte del Che Guevara en octubre de ese año había enfriado la vocación internacionalista de La Habana, y su solicitud no fue contestada. 

El movimiento estudiantil del 68 sorprendió a Santiago Santoyo vuelto ya dirigente de su vocacional y lo lanzó a la calle. Conoció entonces la "embriaguez de la muchedumbre" aunque repudió "su adicción a la luz del día". Organizó brigadas que recorrían la ciudad repartiendo volantes, haciendo discursos y mítines relampagos; convocó asambleas, pintó muros, marchó con otros miles en las calles, cantando y gritando. Pero fue de la minoría secreta que buscó en ese  oleaje "la rendija de la insurreción armada": mientras sus compañeros empuñando periódicos y carteles, Santiago Santoyo llevaba bajo las ropas (junto con la certeza de que el moviemiento legal sería aplastado) un revolver .38 para "responder a la violencia reaccionaria con la violencia revolucionaria". 

El 18 de septiembre de 1968, sin encontrar resistencia, el ejército tomó la Ciudad Universitaria. Santiago Santoyo pudo escabullirse y rescatar un pequeño arsenal (dos rifles 22, tres pistolas .38, una .45) que largas conspiraciones de su grupo habían podido obtener saqueando armarios paternos. Cinco días despues, el 23 de septiembre, fue emprendida la ocupación militar del Casco de Santo Tomás, la otra sede del movimiento estudiantil. No fue una ocupación pacífica. Una barrera de bombas molotov, francotiradores y arsenales ocultos obstaculizó durante largas horas el avance de los militares. Santiago Santoyo dirigió la resistencia en la Escuela de Ciencias Biológicas, la cual tardó día y medio en caer, una vez que, agotadas las municiones y las bombas molotov, Santiago dió la orden de desbandada y se perdió en la noche con las armas vacías. Una semana después, el 2 de octubre de 1968, Santiago salvó la vida y disparó en defensa propia en la Plaza de las Tres Culturas, donde la última manifestación del movimiento estudiantil fue acribillada por el ejército y francotiradores, con saldo de trescientos muertos y otros tantos detenidos. 

En 1971, Santiago había ingresado ya a la Liga 23 de Septiembre, una convergencia de ex militantes de las juventudes comunistas y activistas del 68 que vindicaban, como parte de su tradición, la historia de una guerrilla de inspiración agraria habida en Chihuhua en 1964. La primera acción armada de esa guerrilla había sido volar un puente; la última, seis meses después, el asalto a un cuartel ubicado en la población de Madera, donde cayeron muertos los principales dirigentes guerrilleros. Sus cuerpos fueron hechados en una fosa común, desnudos, por orden del gobernador de la entidad, con el siguiente argumento agrario: "¿Era tierra lo que peleaban? Pues dénles tierra hasta que se harten."

Los sobrevivientes asumieron la fecha del asalto como divisa de un Movimiento 23 de Septiembre y reiniciaron las operaciones guerrilleras en 1968. No duraron mucho. La columna fue expulsada de Chihuhua y perseguida hacia el occidente por la Sierra Maestra, hasta Sonora. Los enfrentamientos la fueron diezmando. Medio muertos de hambre, sed y fatiga, sus últimos comandos fueron aprehendidos en los alrededores del pueblo yaqui de Vícam (800 kilómetros al poniente de donde habían empezado) y fusilados sin trámite.  

Luego de la emboscada tendida por la fuerza pública a una manifestación pacífica el 10 junio de 1971 en la Ciudad de México, un nuevo grupo adoptó la efeméride sagrada. Según ese grupo, el asalto del 23 de septiembre al Cuartel Madera sería a la revolución mexicana de los setentas lo que el Cuartel Moncada había sido a la Cubana. La movilización social y la represión habían puesto "la bola caliente de la revolución" en sus manos. Honrar el momento histórico exigía renunciar a la idea "etapista" de la revolución (las reformas como posibilidad efectiva de cambio) y asumir la acción armada, en el campo y la ciudad. 
  
Al terminar 1971, los miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre habían hecho sus primeros asaltos bancarios, habían matado sus primeros agentes en un enfrentamiento a tiros en Linares, Nuevo León, y habían sido reconocidos como una novedad subversiva en los circuitos de la investigación política. Habían tenido también su primera victima, en el enfrentamiento de Linares: una muchacha norteña, Rosángela Demetrio, a quien Santiago recordaba todavía con tobilleras y uniforme blanco de secundaria, aprendiendo de Santiago los secretos del bote y la posición de tiro libre en la cancha de basquetbol del gimnasio municipal de Mexicalli. 



Santoyo terminó su relato en la madrugada.


3 comentarios:

Karla Nieto dijo...

COmo diría mí yo espiritual: "el mejor libro que he leído hasta mis días".Buenas líneas que escogiste aunque yo soy más "romantique" me gustan los poemas del principio...

Anónimo dijo...

supongamos... santoyo ... mercedes ... hector que tu historia continúa por siempre supongamos...

Anónimo dijo...

Lo tendras en formato digital?

Publicar un comentario